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Editorial

Paracetamol y autismo: evidencia, dudas y responsabilidad pública

Publicado por: Claudio Nuñez | lunes 29 de septiembre de 2025 | Publicado a las: 15:18

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Nuevos estudios han reabierto el debate sobre el uso de paracetamol en el embarazo y un eventual vínculo con el autismo. Sin embargo, la ciencia no confirma causalidad. Alarmar sin contexto solo multiplica el miedo y la culpa en las familias.

En tiempos de redes sociales y titulares estridentes, no es raro que ciertas hipótesis médicas se transformen en “verdades” antes de ser confirmadas. Así ha ocurrido con quienes afirman que el consumo de paracetamol durante el embarazo genera autismo. Una sentencia que la evidencia científica no avala.

El autismo es una condición del neurodesarrollo con múltiples factores en juego: genética, salud de la madre, ambiente, antecedentes familiares, entre otros. Ninguna investigación seria ha podido señalar una única causa. Aun así, proliferan teorías simplistas que apuntan a un medicamento de uso común, generando angustia y confusión.

Los estudios recientes entregan matices. Una investigación sueca con más de 2,4 millones de niños concluyó que, al comparar hermanos, no hay mayor riesgo de autismo, TDAH ni discapacidad intelectual por uso de acetaminofén. En contraste, una revisión sistemática internacional sugiere que podría existir una asociación, aunque insiste en que no equivale a causalidad. Por su parte, el Mount Sinai advirtió que los estudios de mayor calidad tienden a mostrar señales más claras, lo que amerita seguir investigando.

La respuesta institucional también refleja cautela. La OMS señala que no hay evidencia concluyente de una relación causal. La ACOG (Colegio Estadounidense de Obstetras y Ginecólogos) reafirma que el paracetamol sigue siendo seguro bajo supervisión médica. Y la FDA en EE. UU. ha decidido ajustar etiquetas para advertir sobre una posible asociación, sin confirmar el vínculo. En resumen: debate abierto, certezas aún lejanas.

El problema es que, en este terreno incierto, lo que se difunde sin matices genera efectos muy concretos: madres que sienten culpa por haber usado un fármaco recomendado, familias que buscan responsables fáciles, embarazadas que podrían evitar medicarse aun frente a fiebre alta —lo que también implica riesgos para el feto—, y una creciente desconfianza hacia la ciencia y la medicina.

Lo que corresponde es prudencia y responsabilidad. Cada decisión farmacológica debe evaluarse con el médico tratante, quien sopesa riesgos y beneficios. Y desde la sociedad y los medios, promover una divulgación científica seria: explicar la diferencia entre asociación y causalidad, contextualizar hallazgos y no sacrificar precisión por impacto.

El autismo no se explica en una pastilla. Es un espectro complejo que requiere más investigación, pero sobre todo más apoyo. Las familias necesitan inclusión educativa, terapias accesibles y respeto por la diversidad, no titulares culpabilizadores.

La tarea inmediata es clara: acompañar con información veraz y políticas concretas. La investigación avanza, sí; pero mientras tanto, el compromiso ético debe ser proteger a quienes ya viven la realidad del autismo, no sumarle miedos infundados a su carga diaria.

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