Publicado por: Claudio Nuñez | lunes 13 de octubre de 2025 | Publicado a las: 15:15
El bienestar físico, la disciplina y la tecnología parecen hoy inseparables. Corremos midiendo pasos, dormimos contando pulsaciones y comemos registrando calorías. Pero en esta era donde los relojes inteligentes y las aplicaciones deportivas nos acompañan a todas partes, la línea entre el autocuidado y la exposición digital se vuelve cada vez más difusa. Lo que antes era un trote matutino, hoy puede ser una base de datos en tiempo real con nuestra ubicación, hábitos, rutinas y, en algunos casos, hasta nuestro domicilio.
Durante el Mes de la Ciberseguridad, la académica Mailyn Calderón, investigadora de la Universidad Andrés Bello, ha planteado una alerta necesaria: la falta de conciencia con que millones de usuarios utilizan dispositivos wearables y aplicaciones como Strava, Garmin, Apple Watch o COROS, que recopilan información georreferenciada y biométrica sin que la mayoría comprenda el alcance de esos datos. Lo que compartimos por salud o motivación puede terminar convertido en información sensible al alcance de terceros.
El ejemplo más reciente viene desde Suecia, donde siete guardaespaldas del primer ministro Ulf Kristersson subieron de forma inadvertida más de 1.400 registros de entrenamiento a Strava, dejando al descubierto direcciones, trayectos y hoteles diplomáticos. Algo similar ocurrió en Francia con personal de submarinos nucleares. Lo que parece una anécdota digital se transformó en una vulneración directa a la seguridad nacional. Esos errores no son aislados: el 2024 Global Data Breach Report advierte que el 88% de las filtraciones de datos tiene un origen humano. En otras palabras, el peligro ya no está solo en los hackers, sino en la falta de conciencia de los usuarios.
Chile no está lejos de ese escenario. Miles de corredores y ciclistas comparten a diario sus recorridos, desde carreras masivas hasta entrenamientos individuales. En eventos como la Maratón de Viña del Mar o el Ironman de Pucón, los mapas de ruta, horarios y tiempos personales se difunden públicamente, muchas veces junto con nombres, fotos o perfiles sociales. Cada punto de esos registros representa un rastreo preciso del movimiento humano, una huella digital que puede ser utilizada con fines muy distintos a los que imaginamos.
El problema es que la tecnología avanza más rápido que la educación digital. Según Statista, los dispositivos wearables alcanzarán los 700 millones de unidades vendidas en 2025. Sin embargo, la mayoría de los usuarios no sabe configurar sus niveles de privacidad, ni comprende que sus relojes inteligentes almacenan contraseñas, GPS activo, micrófonos y hasta acceso a cuentas bancarias. Hemos incorporado estos dispositivos como parte de nuestro cuerpo, pero sin una mínima cultura de protección de datos.
De ahí la urgencia de incorporar la alfabetización digital en contextos cotidianos, especialmente en ámbitos deportivos y de servicio público. Los funcionarios del Estado, las fuerzas de seguridad y cualquier persona con información sensible deberían contar con protocolos específicos de uso. Pero también los ciudadanos comunes necesitamos comprender que proteger la privacidad no es paranoia: es prevención.
Revisar configuraciones, desactivar funciones innecesarias y evitar compartir rutas o rutinas fijas son pasos simples, pero cruciales. Las instituciones, por su parte, deben avanzar hacia marcos regulatorios actualizados y campañas educativas permanentes. Porque correr o hacer ejercicio no debiera equivaler a entregar un mapa exacto de nuestra vida cotidiana.
Al final del día, nuestro cuerpo ya no es el único que se ejercita: también lo hace nuestro perfil digital. Cada paso, cada kilómetro, deja una huella. Y en tiempos donde los datos personales son el recurso más codiciado, aprender a cuidar ese rastro es tan importante como cuidar nuestras articulaciones.