Publicado por: Tiempo21 | miércoles 8 de octubre de 2025 | Publicado a las: 14:49
Durante décadas, se pensó que el Sistema Solar terminaba en Neptuno. Más allá, solo Plutón y un aparente vacío. Pero la astronomía, con su mirada siempre paciente, ha demostrado que en el espacio rara vez pueden darse las cosas por sentado. Hoy sabemos que, más allá de la órbita de Neptuno, existe un vasto cinturón de objetos transneptunianos: pequeños mundos de hielo y roca que conservan las huellas de la infancia del Sistema Solar.
Mi campo de trabajo es precisamente analizar la dinámica del Sistema Solar. Desde hace algunos años he participado en investigaciones internacionales que buscan entender cómo los planetas llegaron a ocupar las posiciones que hoy conocemos. Las órbitas de los planetas que observamos actualmente no siempre fueron así; se expandieron y desplazaron con el tiempo, generando una compleja coreografía de capturas y eyecciones que dejó su rastro en estos objetos remotos.
Entre ellos, hay una familia muy particular: los llamados objetos tipo Sedna, cuerpos tan lejanos que parecen desligados por completo de la evolución actual del Sistema Solar. Hasta hace poco solo conocíamos tres: Sedna, 2012 VP113 y Leleākūhonua. Pero recientemente, gracias a una colaboración internacional, se ha sumado un cuarto miembro: Ammonite, un descubrimiento que cambia lo que creíamos saber sobre los confines del Sistema Solar.
Ammonite fue detectado mediante observaciones del telescopio Subaru, un instrumento japonés ubicado en Hawái con un espejo de 8,2 metros de diámetro. Su potencia permitió captar un objeto que, en su punto más cercano, se encuentra a 66 unidades astronómicas del Sol (más del doble de la distancia promedio de Neptuno). Su órbita tiene un semieje mayor de 250 unidades astronómicas: es decir, una distancia promedio enorme, que lo convierte en un verdadero fósil orbital.
Este hallazgo tiene una particularidad desconcertante. Mientras los tres objetos tipo Sedna conocidos comparten una orientación orbital similar, como si hubieran sido alineados por una fuerza común, Ammonite se comporta al revés: su órbita apunta en la dirección contraria. Este detalle pone en entredicho una de las hipótesis más atractivas de la astronomía reciente: la del Planeta Nueve.
Según esta teoría, existiría un planeta gigante —unas seis o siete veces la masa de la Tierra— orbitando mucho más allá de Neptuno, cuya influencia gravitacional habría alineado los más objetos lejanos del Sistema Solar. La aparición de Ammonite desafía esa idea. Si el Planeta Nueve existiera en la posición y características que se han propuesto, Ammonite no podría mantenerse estable por tanto tiempo. Y sin embargo, ahí está.
Este descubrimiento nació de una colaboración internacional liderada por Matthew Lehner desde Taiwán, en la que participamos científicos de Canadá, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y ahora Chile. Desde la Universidad de Atacama, contribuyo con simulaciones numéricas que permiten explorar cómo se movió Ammonite en el pasado y cómo podría evolucionar en el futuro. No necesito viajar a los telescopios: los datos llegan, y desde mi oficina en Copiapó puedo reconstruir el pasado dinámico de mundos a miles de millones de kilómetros.
Chile, por cierto, está a las puertas de un nuevo salto en este tipo de investigaciones. El Observatorio Vera C. Rubin, con su Large Synoptic Survey Telescope (LSST), comenzará pronto a entregar observaciones sistemáticas del cielo. Este proyecto escaneará la bóveda celeste cada pocas noches durante una década completa. Estoy convencido de que multiplicará al menos por diez el número de objetos descubiertos en los confines del Sistema Solar, ofreciendo una base estadística sin precedentes para comprender su estructura.
Desde la Universidad de Atacama, con el único instituto de investigación astronómica en la región, trabajamos por consolidar una comunidad científica en el norte chileno, aportando al trabajo astronómico que tiene presencia en todo Chile, siendo nuestro instituto un punto de enlace entre La Serena y Antofagasta. Somos un equipo joven, pero con la convicción de que la ciencia no tiene fronteras. Hoy, las colaboraciones internacionales no son una opción: son la única forma posible de avanzar.
Ammonite es un fósil orbital, un testigo del tiempo primitivo del Sistema Solar. Y como todo fósil, nos recuerda que para entender el presente, hay que mirar hacia atrás, a esos movimientos antiguos que todavía resuenan, invisibles, en el espacio profundo.
Por Marco Muñoz
Instituto de Astronomía y Ciencias Planetarias
U. de Atacama & Ciencia e Innovación para el Futuro