Publicado por: Tiempo21 | miércoles 1 de octubre de 2025 | Publicado a las: 07:46
El filólogo alemán Victor Klemperer, sobreviviente del nazismo, dejó una advertencia que sigue resonando: el lenguaje no es un simple vehículo neutro, sino un instrumento capaz de moldear la conciencia. En su obra LTI. La lengua del Tercer Reich, mostró cómo el régimen nazi convirtió las palabras en armas ideológicas.
No fue un caso aislado. En la Unión Soviética de Stalin, términos como kulak o enemigo del pueblo legitimaban la represión. Eufemismos como desaparecidos o proceso de reorganización encubrían la violencia. Al nombrar de cierta manera, se definía lo pensable y lo aceptable, anulando la posibilidad de cuestionar.
Décadas después, el mecanismo persiste. Hoy no hace falta un ministerio de propaganda: las redes sociales y los discursos políticos cumplen un rol semejante. En lugar de análisis, slogans emocionales; en lugar de deliberación, polarización. Las “verdades” se fabrican con titulares virales, fragmentos de video, hashtags y frases de 140 caracteres.
La política, sin importar la tendencia, ha convertido el lenguaje en espectáculo. Palabras como progreso, libertad, seguridad, justicia social se agitan como banderas, pero rara vez se explican. El adversario se transforma en enemigo, y el espacio público se reduce a trincheras discursivas donde importa más la emoción que el argumento.
Este uso del lenguaje no amplía horizontes, los estrecha. Como advirtió Klemperer, lo que no se nombra se vuelve impensable; lo que se repite sin cesar termina por parecer verdad. El resultado: una ciudadanía atrapada en consignas, incapaz de deliberar con profundidad.
Pero no todo es advertencia. Aquí surge la mirada esperanzadora de Humberto Maturana, biólogo y epistemólogo chileno, quien afirmaba que “el lenguaje no describe la realidad: la crea”. Para él, el lenguaje es acción, el espacio donde emergen nuestras realidades sociales y culturales.
Mientras Klemperer revelaba el riesgo de un lenguaje que esclaviza, Maturana mostraba su potencial emancipador: podemos construir mundos distintos a través de nuestras conversaciones, relatos y formas de nombrar. El lenguaje no es solo trampa, también es posibilidad. Donde se conversa con apertura, nacen mundos de convivencia. Donde se usa para excluir, el lenguaje se convierte en cárcel.
Aceptar esta doble perspectiva otorga a la educación un rol crucial. Nuestros estudiantes vivirán en un mundo saturado de discursos diseñados para emocionar más que informar. Si no cultivamos en ellos la capacidad de analizar, contrastar y argumentar, quedarán tan indefensos como aquellos ciudadanos que adoptaron un lenguaje que no era suyo.
Pero educar no es solo resistir. También es potenciar la creatividad y el diálogo. Enseñar a usar el lenguaje no solo para defenderse, sino para crear mundos posibles. Pensar críticamente, conversar con responsabilidad, nombrar sin excluir, construir discursos que amplíen horizontes.
El gran desafío es comprender que el lenguaje es un arma de doble filo: puede colonizar la conciencia o liberarla. Todo depende de cómo lo usemos y de cuánta conciencia tengamos de su poder. Cada vez que dialogamos y elegimos las palabras con cuidado, ampliamos los márgenes de nuestra democracia. Como advirtió Klemperer, el lenguaje puede esclavizar; como recordó Maturana, también puede liberar. La tarea es nuestra: decidir si habitamos un lenguaje que anula el pensamiento o uno que nos permite imaginar y construir un futuro más humano y democrático.
Marcos Almonacid Burgos
Secretario de Estudios, Carrera de Ingeniería Civil Industrial
Facultad de Ingeniería, Universiada Autónoma de Chile, Sede Temuco