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Editorial

Editorial: Y una vez más no aprendemos nada

Publicado por: Claudio Nuñez | lunes 25 de agosto de 2025 | Publicado a las: 18:09

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Este nuevo botón de muestra de violencia que, para desgracia nuestra, dio la vuelta al mundo, nos deja en evidencia como fútbol chileno, porque ya lo de abril en ese desgraciado partido de Colo Colo contra Fortaleza donde un grupo de delincuentes destrozaron una parte del estadio para ingresar a la cancha y ahora en Argentina donde un lumpen de la Universidad de Chile junto a Independiente causaron desmanes, no va a ser que un día el presidente de la Conmebol, el reelegido por “aclamación” de Alejandro Domínguez, con estos botones de muestra, haga la gran UEFA contra Rusia, deje a nuestro país como parias, sin participar de torneos internacionales por culpa de estos mal llamados barristas.

Lo del miércoles debía ser un partido de fútbol como cualquier otro. Pero la violencia se volvió a tomar el fútbol sudamericano en lo que debía ser una fiesta deportiva. El partido entre Independiente y Universidad de Chile, jugado el miércoles 20 de agosto en Avellaneda por la Copa Sudamericana, terminó convertido en una batalla campal que obligó a suspender el encuentro apenas iniciado el segundo tiempo. El saldo fue dramático: decenas de heridos, varios de ellos de gravedad, un hincha chileno en estado crítico y más de un centenar de detenidos. Las imágenes de butacas arrancadas, golpes con fierros y personas cayendo desde las tribunas recorrieron el continente en cuestión de minutos, dejando una marca que trasciende el resultado deportivo.

El presidente Gabriel Boric condenó los hechos como inaceptables y exigió responsabilidades, mientras la Conmebol anunció sanciones ejemplares. No es la primera vez que barras organizadas protagonizan incidentes graves, pero la magnitud de lo ocurrido en Avellaneda coloca al fútbol chileno en una posición incómoda y expuesta frente al mundo. El daño reputacional es evidente: cuando se habla de nuestro país fuera de la cancha, lo que circula no son los triunfos ni el talento, sino la violencia desatada de una parcialidad. Lo que está en juego no es solo la continuidad de Universidad de Chile en los torneos internacionales, sino la imagen completa de nuestro fútbol.

Las consecuencias pueden ser severas. Desde la clausura de estadios, prohibiciones de ingreso a las hinchadas y pérdidas deportivas, hasta sanciones económicas que impactarán directamente a los clubes chilenos. Se hace inevitable revisar de manera urgente los protocolos de seguridad, la identificación de hinchas y el control de las barras. Pero más allá de las medidas inmediatas, lo ocurrido obliga a una reflexión social más amplia: cómo hemos permitido que el fanatismo y la violencia se normalicen en espacios que deberían ser de pasión y convivencia. La masculinidad tóxica que se expresa en las tribunas, la permisividad de dirigentes que conviven con las barras y la falta de políticas públicas sostenidas son parte de un mismo problema.

Cuesta entender la magnitud de lo causado por delincuentes disfrazados de hinchas de la U, si el cuadro azul, que estaba clasificando, y cometen semejante barbarie, sumado por supuesto a la violencia del lumpen de un centenar de hinchas de Independiente que arrinconaron a la visita y repartieron palos a diestra y siniestra, ¿Cómo no van a existir responsabilidades compartidas?

Este nuevo botón de muestra de violencia que, para desgracia nuestra, dio la vuelta al mundo, nos deja en evidencia como fútbol chileno, porque ya lo de abril en ese desgraciado partido de Colo Colo contra Fortaleza donde un grupo de delincuentes destrozaron una parte del estadio para ingresar a la cancha (sufrió las consecuencias de la Conmebol y con creces) y ahora en Argentina donde un lumpen de la Universidad de Chile junto a Independiente causaron desmanes, no va a ser que un día el presidente de la Conmebol, el reelegido por “aclamación” de Alejandro Domínguez, con estos botones de muestra, haga la gran UEFA contra Rusia, deje a nuestro país como parias, sin participar de torneos internacionales por culpa de estos mal llamados barristas.

La tragedia de Avellaneda no puede quedar en el olvido ni ser reducida a un episodio aislado. Es un llamado de atención para Chile y para toda Sudamérica: si no se toman decisiones firmes y estructurales, el fútbol seguirá siendo rehén de los violentos. El desafío es grande, pero es el único camino posible para devolverle a este deporte su esencia: la de unir a los pueblos en torno a la emoción, no al miedo.

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